¿Cómo te sientes al despertar?
El momento del despertar es ese umbral que separa la vivencia del sueño de la vivencia de la vigilia.
Hay días en que podemos sentir claramente cómo las emociones y sensaciones con las que nos despertamos están vinculadas al sueño del que acabamos de emerger, pues el recuerdo de la experiencia está nítido con nosotras. Las emociones al despertar no tienen porqué coincidir con las emociones del sueño. De hecho suele ser común que sean diferentes, y ese detalle es importante tenerlo presente.
Hay días en que el despertar trae consigo una serie de emociones y sensaciones, sin vinculación a un recuerdo onírico específico. Sólo después de un rato, podemos empezar a recordar lo que hemos soñado.
Cuando sí recordamos lo que hemos soñado y la intensidad emocional es elevada, puede ser que queramos mirar hacia otro lado. “Es sólo un sueño”, nos decían de pequeños. Como si esa experiencia no hubiese sido totalmente real para nosotros. De adultos, nos volvemos a decir, “es sólo un sueño” cuando nos embarga una emoción intensa al despertar.
Lo curioso es que, al querer sacudirnos esas emociones, suelen condicionar completamente nuestro día, día tras días, desligadas de la medicina que trae la historia que las acompaña.
Así que, tanto si las emociones con las que nos despertamos van acompañadas de recuerdo o no, pueden estar condicionando nuestro recuerdo de los sueños y toda nuestra relación con el mundo onírico.
A veces, las sensaciones y emociones con las que despertamos son un pequeño susurro, prácticamente inaudible, en el torbellino de actividad que se activa al poner un pie en el suelo. Otras veces, la incomodidad aparece enseguida, e igualmente activamos los mecanismos para ir entrando en la mañana de la forma más equilibrada posible.
Práctica para el despertar
Lo primero que hago al despertar no es tratar de recordar el sueño que he tenido.
Lo primero que hago al despertar es darme la bienvenida al nuevo día que inicio. Recupero la sensación corporal de estar conmigo, en mi cuerpo, y escucho la emoción que viene, para validarla. Me doy una caricia de buenos días. Y me animo (me doy alma, así) a la energía del nuevo día.
Con esa sensación de enraizarme en mí, el recuerdo del sueño emerge y puedo darle la bienvenida al contenido que se presenta sin sentirme abrumada o confusa por lo que viene. O puede que no venga recuerdo.
Doy reconocimiento a la transición entre el sueño y la vigilia. Respeto que he cruzado un umbral, que a veces trae historias profundamente significativas para mi vida.
Suelo hacer algunas anotaciones para apuntarlo más tarde con más detalle. Y sobre todo, dejo que me acompañe durante el día, o durante varios días, como parte de la sabiduría que va destilando.
Puedes leer más sobre la práctica de recordar los sueños y apuntarlos en la libreta, en esta entrada del blog.