“Estoy en el medio del mar con alguna persona más de confianza. No recuerdo quiénes son. Es de noche. Hay muchos tiburones de pequeño tamaño cerca de la superficie. No siento ningún miedo, más bien curiosidad y fascinación. Compartimos esa emoción entre los que estamos allí. ‘Ala mira, ¡ahí hay más!’”
Me despierto de este sueño con bastante impresión, con esa cosa de retener el aliento. ¿Por qué esa reacción de mi cuerpo si en el sueño estaba yo tan tranquila y cómoda?
Sin duda el escenario está fuera de mi zona de confort. Recuerdo que hace bastantes años soñé con un tiburón. En esa ocasión, la luz del sueño es más bien de atardecer y yo estoy dentro del mar, no muy alejada de la orilla. El tiburón se acerca a mí y yo estoy convencida de que no me va a hacer ningún daño. Con esa convicción, me pongo a nadar en dirección a la orilla, dejando al tiburón atrás.
Hay más de 465 especies de tiburones. Muy pocas de ellas son agresoras a los humanos. Las primeras especies de tiburones que poblaron la Tierra tienen 450 millones de años. Existen tiburones de todos los tamaños. Está en lo alto de la cadena trófica de los mares y océanos, por lo que su existencia es fundamental para el equilibrio ecosistémico. El tiburón como gran predador permite el florecimiento de la vida marina.
Y qué daño le ha hecho Hollywood a los tiburones, con todos mis respetos a Steven Spielberg.
No siento que mi reacción visceral al despertar del sueño sea por las películas. Sí puedo decir que la intensidad de la emoción al despertar revela la importancia del material que ha llegado. Y le doy la bienvenida. Unas criaturas emergen desde las profundidades del océano donde me estoy bañando en mitad de la noche. Y las miro con curiosidad, desde la conciencia del sueño. Desde la conciencia de vigilia, me aterra eso mismo. Donde al despertar, activo los circuitos corporales de peligro y alerta ante la posibilidad de haberme convertido en víctima de ese agresor, en el sueño no hay nada de eso. Se está tratando de establecer una relación recíproca, un acercamiento, una comunicación. En ningún momento le asumo como agresor. En ninguno de los dos sueños que he tenido con este visitante, espaciados de unos buenos 8 años, le he visto como agresor. No me ha convertido en su víctima.
En la sociedad de crecimiento industrial en la que vivimos, la agresión a la vida es constante. Muchas especies de tiburones están en peligro de extinción, con el consiguiente desequilibrio y amenaza para toda la vida marina y también terrestre. Son víctimas de la depredación marina.
He acompañado a muchas mujeres que han compartido sueños de agresión. La violencia contra las mujeres es una realidad dolorosa, abrumadora. Cada historia es única y a la vez forma parte de un tejido de enfermedad sistémica de la relación entre lo femenino y lo masculino. Existen heridas profundas que nos conciernen a todas y todos. Los sueños son una bella puerta para resignificar nuestras historias. Decirle adiós al agresor, recuperar la soberanía de nuestra vida. Afirmar cuerpo adentro que no soy más su víctima. Aunque haya pasado tiempo desde que ese adiós fue verbalizado en la vigilia, las huellas persisten en nuestro sistema nervioso.
Se pueden modificar esas huellas. Podemos aprender a regularnos, a cuidarnos, a escuchar las sensaciones de nuestro cuerpo que nos informan de unas necesidades. Los sueños nos informan de todo esto y mucho más. Es la vida instintiva dañada que se abre paso, si queremos escuchar. Y así como nos señala el daño, nos señala también el enorme potencial de nuestra sabiduría primigenia.
Los animales en sueños nos dan la bienvenida para que reclamemos nuestra vida instintiva, en conciencia. Sabemos que los instintos pueden desbocarse si no sabemos relacionarnos con ellos. Vivimos en una sociedad que no nos ha enseñado a valorar y confiar en nuestra percepción interna. Es un sentido más, la interocepción que me responde cuando me pregunto a mí misma ¿Qué necesito ahora?
Se lo pregunto al tiburón, cuerpo adentro. Llevo siempre a mis sueños de paseo. Al caminar, al moverme, permito que cualquier mirada fija sobre un sueño se mueva y me regale nuevas capas de relación, de correspondencia y simbolismo. Sigo al animal por su hábitat.
Así, en el agua, en la oscuridad de la noche, recuerdo el cuento ‘Piel de foca, Piel del alma’. Y sé que este tiburón, o tiburona, me da la bienvenida a casa. Me da la bienvenida a las aguas profundas regeneradoras de la psique, donde mi vida instintiva toma cauce creativo y curativo. Si honro ese espacio de refugio para mí misma, para hacerme amiga de mi instinto más primario, mi vida salvaje está cuidada, y mis instintos al servicio de la vida. El tiburón me dice: ‘Al tenerme presente y visitarme a menudo, mantengo el equilibrio ecosistémico de tus aguas profundas. Me alimento de lo que necesita compostarse para el florecimiento de la vida del alma.’
Ni agresor ni víctima. Tiburón soberano. Tiburona soberana.